ACONTECIMIENTO
FAMILIAR
Hace
algunos años tuvimos un gran acontecimiento familiar, ocurrió en Vela, pueblito
de dos mil habitantes del centro de la provincia de Buenos Aires, cercano a
Tandil, lugar de nacimiento de mi mama.
Mi
tía Clementina, (en realidad tía abuela), cumplía 102 años.
En
un Ford Farlain y un Peugeot 404 fuimos toda la parentela desde Buenos Aires.
Una
vez allá, mi tía Chunga se encargó de hacer la torta.
Era
un momento muy especial, no solo por la longevidad de mi tía, sino por estar a
punto de batir un record en el pueblo.
El
año anterior antes de morir, Maruca Aranaga, la más anciana, había soplado 101
velitas.
Mi
tía Clementina llegaría a soplar 102.
Fue
un gran festejo, cenamos puchero de gallina, matizado con las ocurrencias de mi
tío Echandy.
A
la hora de cortar la torta, con gran entusiasmo cantamos el feliz cumpleaños.
Al
momento de las velitas la tía tomo aire, se llenó los pulmones, pero no lo
largaba.
-"Sople
tía, sople", grito mi primo Julio.
Pero
la tía nunca soplo, puso los ojos en blanco y cayó de espaldas al piso.
Gran
revuelo en un primer momento alrededor de mi tía muerta, pero hubo que tranquilizarse
para organizar el sepelio.
Justo
habían inaugurado una sala velatoria nueva del otro lado de las vías.
Antes
había una sola frente a la plaza.
En
la nueva quiso velarla mi tío Echandy.
Decía
que era muy moderna, que tenía en la fachada un letrero luminoso.
Este
no era más que un cartel de chapa que rezaba “Cochería Arana”, iluminado con un
simple reflector.
Él
siempre se impresionaba con la modernidad, a su viejo televisor en blanco y
negro, le había pegado frente a la pantalla un celofán rojo, y decía que veía
televisión a color.
Durante
el velorio se decidió cremar el cuerpo.
Esto
a propuesta de los parientes de Buenos Aires, en Vela era algo novedoso, tan
novedoso que no existía crematorio en el pueblo.
No
quedó más remedio que meterla en el horno de barro.
Mi
tío Checa fue el encargado de confeccionar la urna para poner las cenizas.
No
era carpintero, pero si el que se daba maña en la familia.
El
tema es que a la urna le quedo una rendija en un borde, por la cual mi tía
Clementina se escapaba a cada rato.
Esto
se resolvió metiendola en una bolsita de Carrefour, y la colocamos dentro del
ropero de la que fuera su habitación.
Nosotros,
sin más que hacer en el pueblo, emprendimos la vuelta a Buenos Aires.
Todos
callados en el viaje de regreso, masticando bronca, con el sabor amargo de
haber quedado a tan solo un soplido, de batir un record en Vela.
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