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martes, 18 de agosto de 2015

TITANES EN EL RING pagina 36

Titanes en el ring

Me viene a la memoria algunas carencias del pasado.
Recuerdo en mi juventud que eran muy pocas las casas que tenían teléfono, y escasos los teléfonos públicos.
Esto no pasaba por ser todos pobres, muchas personas pedían el servicio a ENTEL; (compañía Telefónica), y quedaban en lista de espera por varios años.
Cuando digo varios, me refiero a quince o veinte años, no es una queja de puro mañoso.
En mi casa cuando necesitábamos hacer una llamada teníamos que caminar ocho cuadras hasta una estación de servicios.
“La puma” la llamábamos, por el nombre de su marca de combustible.
Mientras caminábamos íbamos implorando que del teléfono no colgara el cartelito de “no funciona”, en ese caso teníamos que caminar otras ocho cuadras  hasta Loma Verde.
Allí había un bar que contaba con el segundo teléfono en el ranking de cercanía.
No pocas veces nos encontrábamos con que este tampoco funcionaba.
En ese caso había que desandar las dieciséis cuadras y caminar otras veinte hasta la estación de Adrogué para intentar hacer la llamada, que a esa altura si era urgente ya había prescripto.
Hurgando un poco más en mi memoria esta me transporta a mi niñez.
No todos los hogares tenían televisor, en mi casa no lo había.
Una vez a la semana trasmitían de veinte a veintidós horas Titanes en el Ring.
El hombre de la barra de hielo, la viudita misteriosa, la momia, Rubén Peucelle, el campeón Martin Karadagian.
Acá seguramente se me dividen los lectores, los que tengan más de cincuenta recordaran con una sonrisa en la boca, -“El Hombre de la barra de hielo”.
Los jóvenes dirán –“de que mierda está hablando este”.
Volviendo a Titanes en el Ring, nadie quería perderse este espectáculo.
Toda mi familia íbamos a verlo a casa de un vecino, la casa de los Ferreira.
Nuestros vecinos eran un tanto particular, Norma era muy grandota, alta, de 145 kilos y de carácter fuerte y dominante.
Su esposo Don Ferreira, flaquísimo, no pasaba del metro cincuenta, tímido, y se ve que lo único con carácter eran sus espermatozoides, ya que sus tres hijos tenían la mitad de la estatura de cualquier otro chico de su edad.
En el comedor se armaban las sillas en rueda frente al televisor.
Todos sentados menos Norma, que por motivo de su peso veía el programa desde una cama.
Las más fanáticas y entusiastas, ella y mi madre, vivían las peleas como si fuesen ciertas.
Por supuesto que su ídolo era el Campeón Martin Karadagian, un señor gordito petizo y canoso.
La primer lucha el duelo que había quedado pendiente desde la semana anterior, la invencible Momia contra el Campeón.
Primero sube al ring La Momia, con la parsimonia característica de estas.
En segundo lugar entra El ídolo de grandes y chicos, perseguido de cerca por la Viudita Misteriosa.
Durante la pelea las entusiastas de la platea improvisada en lo de los Ferreira, gritaban desaforadamente alentando a su luchador preferido.
Karadagian era el único de los contrincantes que conocía el punto débil de La Momia.
“El cortito de Martin Karadagian”.
Este consistía en un simple golpe con el codo en la espalda.
La lucha era favorable al hombre cubierto de vendas, hasta que por fin el campeón le aplica el famoso Cortito.
Para excitación de todos, los dos luchadores quedan abrazados uno mirando hacia un lado y el otro al revés.
Norma hace un movimiento brusco, una especie de salto en la cama al grito de –“Métele un dedo en el culo”.
Su cama no resistió el peso, con un gran crujido se desplomo, dejando la en el suelo aplastada con el respaldar de hierro.
En vano fue el esfuerzo por levantarla, ni todos juntos teníamos la fuerza suficiente.
El caos se apodero de la sala, Don Ferreira inútilmente trataba de quitarle el respaldar de su cabeza, sus hijos lloraban desconsoladamente, mientras mi madre gritaba a viva voz, -“Réferi bombero, Réferi bombero”
Fue en ese momento que Don Ferreira tomo su bicicleta y salió volando hacia el cuartel a pedir auxilio.
Eran menos de las ocho y media cuando llego.
Los bomberos como el país estaban pegados al televisor, durante la tanda publicitaria lo atendió el jefe.
Mientras en la casa, Norma aplastada por su propia cama estaba poniéndose  morada, los ojos saltones, se le escuchaba como en susurro pedir agua, era un sonido gutural casi imperceptible, sus piernas comenzaban a tener movimientos espasmódicos.
A las diez de la noche en punto pudo escucharse  la sirena, en el instante preciso, en que finalizaba “Titanes en el Ring”.




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