Mi
Alta en el Hospital
Hace
varios años me diagnosticaron que mi cabeza navega entre dos polos.
Ir
a la psicóloga todas las semanas no era problema, cualquiera puede hacer
terapia.
Ir
al psiquiatra es otra cosa, esto significaba que había una patología, más
cuando te llena de pastillas.
No
comprendía y negaba mi enfermedad, ni podía comprender en que podía ayudarme la
psicóloga hablándome semanalmente, me imaginaba a la curandera que sana la
culebrilla de palabra.
Pronto
abandonaba la medicación, ayudaba mucho que esta significaba la mitad de mi
sueldo, aunque al principio la compraba igual pero sin tomarla, así agrandaba
mi stock.
Elegía
automedicarme con tres tintos de 3/4 a la semana, concurría a la terapia
religiosa y formalmente sin contar nada de esto, nada más cierto que uno está
loco pero no come vidrios.
Pronto
venia una crisis y con ella todas las pastillas juntas regadas con un buen
vino, si iba a ser el último que no sea un toro viejo.
Pero
nunca fue el último, claro, morirse no es para cualquiera.
Internación,
ajuste o cambio de medicación, a veces cambio de psiquiatra, el que no cambiaba
era yo, unos meses y otra vez lo mismo.
En
la última crisis después de dos meses de internación, mi nueva psiquiatra
indica agregar al tratamiento asistir al hospital de día.
Así
llegue a proyecto Suma, sumamente asustado por cierto, este lugar estaba lleno
de locos, todos locos menos yo.
Muchas
actividades, muchos terapeutas, me dije ¡chau!, estas rodeado, estas hasta las
manos.
En
poco tiempo fui encariñándome con mis compañeros, comencé a comprender sus
dolencias y con la de ellos la mía.
En
ese momento para mí, cuatro eran multitud y me incomodaba estar con gente,
salvo en el hospital que estaba en grupo de veinte y lo disfrutaba.
Poco
a poco fui trasladando esto afuera y pude socializarme.
En
unos meses me reía de la locura, jugaba a estar loco y cuerdo a la vez.
Por
fin acepte tener un certificado de discapacidad, y mi obra social tuvo que
hacerse cargo de los dos mil pesos mensuales de mi medicación, aliviando mi
magra economía.
En
todo este tiempo trate de ayudar a mis compañeros y ellos a su vez me ayudaron
a mí.
Con
los profesionales como nexo, no les voy a quitar protagonismo.
El
poder aceptar mi enfermedad, por lo tanto no abandonar la medicación diaria,
como un insulino dependiente o tantos otros enfermos crónicos, hizo una gran
diferencia.
Aunque
cada tanto me revele y la medicación quede en el pastillero, esto puede pasar
un día, pero al otro vuelvo a mi normalidad en comprimidos.
Así
en el hospital, sin casi darme cuenta, jugando en teatro, literatura, arte o
musicoterapia, entre otras cosas, fui armándome un andamiaje que permite
sostenerme cuando tengo problemas, (quien no los tiene).
Dos
años y dos meses después obtengo el alta en Suma, a partir de ahora
psicoterapia individual por semana y psiquiatra una vez al mes solamente.
Más
de dos años sin tomar todas las pastillas juntas, sin agrandar innecesariamente
la cuenta del gas por abrir la llave, más de dos años sin alcohol, ¡guau!, que
logro.
Agradezco
a mis compañeros por esto, a todos esos locos lindos que me llenaron de
ternura.
A
los profesionales que me atendieron tan bien, siguiendo mi proceso con un
empujoncito cada tanto para que pueda
dar un paso más y seguir avanzando.
A
proyecto suma por su función social, ya que estuve becado por no contar con
recursos para pagarlo.
Si
vos estas comenzando un tratamiento, te sugiero transitarlo sin miedo, te
aseguro vale la pena.
Mira,
acá estoy, no puedo trabajar pero si socializarme, tengo amigos, algún rebusque
desde casa que permite pagarme los cigarrillos, dedico mucho tiempo al jardín y
lo disfruto, pinto, escribo, la enfermedad no me impide nada de esto.
Como
soy coqueto mientras ando, pienso,
estaré más loco de lo que parezco, o pareceré más loco que lo que estoy, mi
preferencia es por la primera, si me dan a elegir prefiero nunca mostrar la
hilacha.
Pero
pensándolo bien loco, loco, esta mi primo Julio, que siempre en las elecciones
corta boleta Macri-Zamora, haciéndome recordar mis dos polos.
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