El
campo
Una
vez estuve viviendo en el campo, un año duro mi experiencia.
Los
animales que había eran dos yeguas, un burro tuerto que seguramente debido a
esto era muy malo, ¡loquísimo! el pobre.
Psst!,
nada de comparaciones, yo soy un burro con tratamiento.
También
había una vaca y su ternera.
Todas
las mañanas, López, el capataz, ordeñaba la vaca.
En
un tiempo entable buena amistad con las dos.
Sobre
todo con la ternera, a quien bautice con el nombre de Pinina.
Logre
que responda a mi llamado y camine junto a mí.
Estas
boludeses me salían bárbaras, las tareas del campo no tanto.
López
me dijo un día que iba a enseñarme a ordeñar, así los fines de semana que él no
estaba lo hacía yo y no se perdía esa leche.
Yo
que lo miraba siempre al capataz en esta tarea, me parecía sencilla.
Este
era el procedimiento: Por la noche se separaban a la vaca y la ternera en
distinto corral, esto para que no se amamantara y gastase todo el producto a
conseguir.
Por
la mañana muy temprano, se ataba a la madre a un poste del alambrado, con otra
correa de cuero, se le sujetaban las patas traseras.
Una
vez hecho esto se le habría la tranquera a su hija.
Esta
corría a su encuentro, de un cabezazo en las ubres hacia bajar la leche y comenzaba
a mamar.
En
un movimiento rápido, se le hacía un lazo en el cogote y se la ataba a las
patas de la vaca.
Era
muy importante la rapidez, sino la ternera se tomaba toda la leche.
Luego
de todo esto se colocaba el balde y se comenzaba a ordeñar.
Así
de fácil era hacerlo con López.
Se
obtenían diecisiete litros de leche por día, con esa producción hacía dulce de
leche, manteca y queso.
Un
domingo me dispuse a hacer solo la tarea por primera vez.
Prepare
todos los elementos en el corral, volví a repasar mentalmente todos los pasos
del procedimiento.
Me
quede un rato mirando a la Pinina como juntando coraje y por fin me decidí.
Ate
la vaca, le sujete las patas y solté a la ternera.
Esta
se prendió a la teta y no había cristo que la saque.
Por
más que la retaba, -“Pinina, Pinina, deja eso”, ni bola, la ternera no estaba
dispuesta a dejarse robar la leche.
Con
mucho esfuerzo y tiempo perdido, tiempo que aprovecho la Pinina, logre atarle
la cabeza.
En
el reboleo no me salió el lazo que me había enseñado López, le hice un nudo
cualquiera, a la que te criaste como dicen en el campo.
Puse
debajo el balde de aluminio y comencé a ordeñar, me sentí un gaucho hecho y
derecho.
No
pasaron ni cuatro chorritos que la muy guacha se soltó y se prendió a la teta
otra vez.
A
los tirones logre atarla de nuevo, esta vez tardando mucho menos.
Seguí
tirando de las ubres, ya se veía casi un cuarto de balde blanco, cuando la vaca
se soltó las patas.
De
una patada me lo voló a la mierda, quedo el charco de leche en la tierra.
Trate
de reponerme pero la ternera ya estaba prendida a la teta.
A
las puteadas las puse en vereda a las dos, me dije –“conmigo no van a poder”.
Ordeñe
un ratito y la canilla se cerró, las tetas estaban vacías.
Medio
litro de leche fue mi producción.
No
sé si fue idea mía o no, pero cada vez que pasaba cerca del corral las dos
turras sonreían.
Caliente
como una papa me fui a buscar hormigueros entre las plantas de frutillas, había
dos hectárea y media de estas.
No
hay ofensa peor a que los animales se burlen de un gaucho.
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