La moto de mi abuelo
Mi abuelo Pepo era todo un personaje.
Hombre de campo, nacido en Vela, Provincia de Buenos Aires.
De grande vino a vivir a Burzaco, a quince cuadras de mi casa materna.
Tenía una bicicleta, muy prolija, bien pintada, limpita, siempre de punta en blanco como decía mi mama.
El venía a visitarnos en ella.
Como en esa época las calles eran de tierra, venia caminando con su bicicleta al hombro para no ensuciarla.
Aunque la llevara a cuestas, el salía igual con su vehículo para todos lados.
Un día se compró una moto, una Gilera 200.
En una camioneta de la concesionaria la trajeron, roja y negra, brillante, hermosa.
Ese día nos juntamos todos en su casa, por dicho acontecimiento mi tía Chunga amaso empanadas a modo de festejo. ¡El abuelo Pepo iba a andar en moto!
-"Acá no hay nada que festejar, esto puede terminar en una desgracia, el viejo ya va a cumplir setenta y tres”.
Dijo el pájaro de mal agüero de mi tío Checa.
Mi tía Elvira que era jugadora empedernida, salió corriendo a la casa del quinielero a jugarle al 17, (la desgracia), y por las dudas al 18 (la sangre).
El hombre de la concesionaria le enseño como encenderla, a poner los cambios, como acelerar, como frenar y se fue.
Mi abuelo que no tenía un pelo de tonto, solo la particularidad de ser un hombre de campo, aprendió rápido el teórico, el problema fue cuando paso al práctico.
Ansiosos todos en la vereda mirando cómo iba a manejar.
La llevo empujando al medio de la calle, la encendió a la primera patada con mucha seguridad.
Se subió, puso primera y acelero a fondo.
¡Para que!
La moto subió la rueda delantera y salió disparada.
Mi abuelo cayó de espaldas, quedando desparramado en el suelo.
-"Hay dios mío, dios mío", gritaba la Chunga.
Todos corrimos junto a mi abuelo, menos mi tía Elvira, que salió corriendo a lo del quinielero para jugarle al 56, (la caída).
Mi abuelo se levantó como si nada, a las puteadas, agarro la moto y la ato a un árbol.
Nosotros no decíamos esta boca es mía para que no engranase más, era bravísimo el Vasco.
Fue hasta la casa de un vecino a media cuadra y entro.
Al rato salió con el negro Blacky, hijo del vecino, un muchacho de unos veinte años.
Lo trajo hasta la moto y ahí le dijo: -“Llévela pá domarla mi’Jo, tráigala cuando este bien mansita”.
Es así que, el negro Blacky se paseaba con la Gilera roja y negra, flamante, por todos lados.
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